Sunday 23 September 2007

How the end always is

Tanto ruido y al final, por fin el fin.
Joaquín Sabina, “Ruido”

Hace poco recibí la llamada de una de las dos amigas de mi vida, quien me contó, bastante consternada, el último enfrentamiento con su pareja. De pronto me encontré diciéndole que viera esos arranques (que a decir verdad son recurrentes) como el precio de una relación tan pasional como la suya. Y es que la pasión tiene grandes encantos, pero puede resultar cara. Esto me lleva a recordar una plática previa con mi hermana en la que me planteó su teoría de que mis padres tuvieron una relación tormentosa por pasional. A pesar de que al momento de escucharlo me pareció que no habíamos crecido con la misma familia, me dediqué a armar recuerdos y a unir acciones y reacciones. El resultado fue una revelación maravillosa. En efecto, mis padres tuvieron una pasión que llevaron hasta el límite en el que ahora, con más de una década de divorcio formal, no pueden encontrarse en el mismo espacio civilizadamente. Y de niña recuerdo escenas de platos volando encima de nuestras cabezas, azotones de puertas y noches de sueño interrumpidas por gritos, llantos, amenazas de suicidio, e incluso la memorable presencia de un martillo. Pero también recuerdo, adolescente ya, haber tenido que salir huyendo de la habitación de un hotel, con mi hermana a punto del vómito, para dejar de oír lo que los altos techos de una ex hacienda en Morelos sólo amplificaban: mis papás “bañándose” juntos –al menos eso habían dicho que iban a hacer. Y francamente, a mi edad, eso de que mis progenitores hayan tenido una relación consumida por el fuego hasta las cenizas, me causa mucho más confort que espanto. Me parece que todos deberíamos experimentar eso al menos una vez en la vida para decir que pasamos por ella. Incluso las relaciones en apariencia más sencillas, como las amistades, no están exentas de momentos álgidos en los que quisiéramos (o de hecho lo hacemos) colgar el auricular o abandonar la mesa de negociaciones. Para colmo, debo reconocer que personalmente he tenido que cargar con la etiqueta de ser “demasiado” pasional en todos lados, lo que para mí es un absurdo –la pasión carece de calificativos, simplemente es o no es. Eso de que “la pasión es poca” es un eufemismo de que ya no existe. Todas las buenas relaciones deben ser pasionales para poder preciarse de serlo; en los casos en los que se logra su continuidad es generalmente a base de su sacrificio, del ejercicio esporádico de sus virtudes, o del uso de otras cosas (o personas) como válvula de escape. Tenemos a los apasionados del trabajo, a los apasionados de los hijos, a los que coleccionan amantes y a los que combinan un paliativo y otro a lo largo de sus días. Claro que la pasión es también extenuante. Si nos entregáramos a ella totalmente, además de tener que ser altamente creativos, inevitablemente habríamos de verla llegar a su fin. Es como los cerillos, luminosos y fugaces. Por eso la metáfora de la pasión suele ser una vela pero, a menos que se apague de vez en cuando, no hay cera (ni pabilo) que dure para siempre.
Para terminar, propongo un ejercicio: enumere las relaciones importantes de su vida que por alguna causa ya no son. Recuerde cómo acabaron. Si no le causan ahora ningún sentimiento (negativo o positivo), o no fueron tan memorables o usted tiene un alma zen. Existe una tercera opción, y es que, según Gestalt, aún no han cerrado su ciclo. No se ha dado el final porque todavía hay algo en el tintero: aclaraciones, dudas, reclamos, confesiones aplazadas. Se puede vivir así, por supuesto, pero existe la posibilidad de que esas relaciones revivan un día cual Frankenstein, en pedazos, confusas y medio brutas. Esto lo digo, claro, sin querer obstaculizar su monstruoso futuro, pero sustentada en la experiencia propia y en lo que he observado a mi alrededor: las únicas relaciones que mueren en silencio son las que en realidad nunca hicieron ruido.

En honor a 25 años de Ruido de mis papás, Joaquín Sabina y su forma única de cantar verdades...