Friday 29 February 2008

Message in a bottle

Primera parte
En la que una serie de eventos se vuelve trascendente

Just a castaway
An island lost at sea…


Una de las cosas que más he gozado en estos tiempos “sabáticos” –que son menos de los que se cuentan si se les resta lo absorbido por el desánimo–, es poder sumergirme en la infinitud de La Red (con mayúsculas, aunque no sea película, con minúsculas si se prefiere www). El punto es que en algún momento de esos me puse a indagar detalles del deceso de Jorge Ibargüengoitia (sí, sí, fan morbosa) y en el camino me topé con el blog de un colimense que resultó haber sido alumno y ahora amigo de alguien a quien conozco (Lázaro levantado de la memoria de los otros para andar por mi vida hace casi tres años), inequívoco manifiesto de que este no es más que un mundito. No resistí preguntar a mi bíblico contacto sobre el fulano, y como resultado obtuve “es brillante”. Tras recuperarme del shock hepático –no sólo por mi envidiosa reacción ante el hecho de que jamás ha emitido tal juicio sobre mí, que también soy su amiga y también escribo, sino porque caí en cuenta de que nunca lo ha dicho sobre ninguna mujer (discurso feminista al día, eso sí)– volví a visitar el citado blog para ver si podía contagiarme de su “brillantez” (maldita sea, sí considero las opiniones de Lázaro valiosas), y tras algunos minutos de exploración me parecieron más interesantes sus vínculos que sus textos (seguramente porque no soy lo suficientemente brillante). Fue así como entré al mundo de la autonombrada reina gato, cuyas anécdotas me atraparon largamente y me hicieron reír, pero ante todo me hicieron recordar.

Segunda parte
En la que se cuenta cuán joven dejé de ser joven

More loneliness
Than any man could bear
Rescue me before I fall into despair…


Hace no tantos años que yo tenía la misma edad que la autora; de hecho se podría decir que somos extremos de una misma generación, pero en el lapso entre sus 24 y mis 33 yo me volví una ruca. Sus vivencias me transladan más bien al último año de preparatoria y los primeros de facultad, llenos de locuras triviales con las amigas, de la vida bipolar obsesiva del hoy que me llevaba a bandear entre lo absolutamente trágico y lo increíblemente dichoso, del futuro impecable, libro abierto plagado de esperanzas y de sueños que sólo podrían cumplirse. Ya para los 24 mi vocación me había hallado, y daba pasos gigantes en mi carrera. Di clases al hijo del secretario de educación pública de entonces, obtuve el respeto de mis colegas en el Anglo (cosa que no fue fácil), me certifiqué como profesora de idioma en la UNAM y me las ingeniaba estupendamente para dar 42 horas clase a la semana divididas en tres escuelas, una de ellas la secundaria donde estudié. Comía mal y dormía poco, acababa de salir victoriosa de una batalla terrible entre mi ego, el amor de mi vida y una tercera infame, recuperaba el contacto con mi hermana y fue el año en que once años y medio de noviazgo dieron paso al trámite legal por el que ahora comparto mi espacio permanentemente. Bebía los fines de semana, casi siempre tequila, y mi tolerancia al alcohol superaba puntualmente a los valientes que me acompañaban. Fumaba más que ahora, supongo, me acababa la cartelera de cine y tenía sexo constante, dedicado y ruidoso.

Tercera parte
En la que se establece la desazón de escribir sin destino

I should have known this right from the start
Only hope can keep me together
Love can mend your life but love can break your heart…


Ahora, esposa, madre y desempleada, me inicio apenas (y a penas) en esto de la gran vitrina, como dice mi hermana. Me exhibo en el ciberespacio, me planto como soy y me develo, en un escenario prestado que por más que quiero hacer mío me recuerda que nací en los setenta, que leer códigos puede volverme loca, que no me es tan natural como a su alteza gatuna robarme un fondo, jugar con los tamaños y colores de fuente, ni siquiera escribir lo que sea que me venga a la cabeza. Me dejo ver por los ojos de cualquiera, pero no quiero que vean cualquier cosa; quiero que vean algo que merezca digerirse, algo que mueva a la opinión, algo que dé ideas, que fomente también la introspección y el diálogo. Quiero que me lean con avidez, quiero causar reacciones, quiero interactuar. Pero lo mío ha de ser mero narcisismo, afanes de narradora frustrada, ansias de aceptación, necesidad de afecto. Porque esta no es más que una botella echada al mar que cambia de mensaje cada tanto, flotando en un océano inconmensurable con miles de kilómetros de costa. ¿Alcanzará tierra firme? ¿Qué manos descubrirán su contenido? ¿Qué miradas desnudarán mi verborrea? ¿Serán ojos amigos? ¿Por qué casi nunca lo sé?
Es entonces cuando rememoro lo que mi utópica e inocente cabecita imaginó al saber que ya era posible comunicarse por escrito de forma inmediata (originalmente por correo electrónico, nada de mensajería instantánea): larga correspondencia con los amigos lejanos, en tiempo y en distancia, poniéndonos al corriente de los detalles que van haciendo la vida. Más tarde, cuando tuve acceso a este mundo, me di cuenta cuán pronto se pierde el entusiasmo. Una vez establecido el estado general de las cosas, los amigos lejanos siguen igual de lejos, los que no eran amigos continúan de esa forma, y las cosas vitales aún viajan por teléfono o nos fuerzan a hacer el espacio para decirse en vivo –y a veces simplemente extienden nuestra lista de pendientes indefinidos antes de olvidarse para siempre. El inbox se mantiene, sin embargo, constantemente lleno de reenvíos: consejos inútiles, historias absurdas, mensajes espirituales (igual o más inútiles y absurdos), chistes que dan la vuelta una y otra vez, en diferentes idiomas, con imágenes y convertidos en una presentación, personas semi o completamente desnudas “para desearte un buen día”, desconocidos de cualquier parte del mundo sufriendo inimaginables accidentes “para que te diviertas”, y un larguísimo etcétera que ya tendrá su propio espacio aquí mismo algún día. La mayoría de ellos no tiene siquiera un saludo ni la opinión de quien lo manda, y en resumidas cuentas nada dicen. Y el messenger con sus diferentes nombres es sólo una versión más de la clásica plática de taxi: el clima, las últimas noticias, el “bien, gracias ¿y tú?”

Cuarta (y última) parte
En la que no queda más que seguir esperando

Seems I'm not alone at being alone
A hundred billion castaways
Looking for a home…


Al parecer no todo mundo corre con la misma suerte (mientras su majestad y otros suertudos reciben comentarios cada día que escriben, yo estoy en ceros). Es quizá eso lo que ha hecho que haya millones de botellas en blogger, myspace y servicios similares. Tantas voces buscando oídos, tantas palabras queriendo cobrar vida al leerse. Seguiré con las mías; este es mi gran monólogo, retomado cuando vuelvo a reunir las ganas. El mismo que me agobia, el que me cansé de continuar por email con quienes creen que la amistad no interactúa, que va sólo en una vía, que no requiere respuestas. Y aunque no sé lidiar con las ausencias y me confieso incapaz de hacer conversación con el mutismo, me enfurezco, me debato, me entristezco, y lo intento de nuevo. I hope that someone gets my...

Versión de Message in a bottle con un Sting hermoso, de voz perfecta y arracada en la oreja, en un concierto en beneficio de Amnistía Internacional (The Secret Policeman's Other Ball, 1982), cantando sin Police: “sending out an SOS...”

P.D. ¡Cómo deseaba publicar con esta fecha que sólo ocurre cada 4 años!