Tuesday 2 December 2008

No surprises

Hace casi dos años escribí:

El problema es que no siento mi vida como mía. Aprovecho cada momento posible para evadirme. Como un personaje literario, rehuyo los espejos y veo al suelo cuando camino. Diría que lloro por cualquier cosa si no fuera porque no tengo tiempo para llorar y a veces hasta eso requiere una energía de la que carezco. Procuro leer porque evita un poco mi introspección. Me encanta ir al cine para llenar mis ojos con paisajes ajenos. Cada vez más seguido me quito los anteojos para ver lo menos –podría cerrarlos, pero probablemente me dormiría. Me han dicho que soy una persona complicada y una mujer muy inteligente. Me daría orgullo de no ser por los muchos ejemplos a la mano de personas mucho menos “dotadas” pero con mucha más suerte. A mi pesar reconozco que las ventajas que la gente le encuentra a la vida se deben a la ignorancia y al azar. La vida realmente no vale la pena, pero generalmente es demasiado tarde cuando uno se da cuenta. En general sigo aquí por morbo, por ver si acaso existe alguna prueba que defienda el hecho de que uno respire. Y aún peor, que uno haya decidido en un momento de debilidad que era preferible ser que no ser y tenido hijos para compartir esa falacia. Lo triste claro, es que el momento es sólo un momento y ahora no me es posible sostener una hipótesis tan endeble. Mis hijas son maravillosas. Amanda sabe atarse los zapatos y yo jamás le enseñé eso. Es demasiado lista como para ser feliz y eso me da mucha pena. Julia me entristece más porque le veo muchas cosas mías, el carácter, lo apasionada. Tal vez dejar de verme tuviera un efecto positivo. Sé que me quieren, y no quisiera que lo hicieran. No deberíamos encariñarnos con nadie. Al final, no vale la pena. Todos somos eventuales, pasajeros, efímeros. Lo único que tenemos es ahora; y ahora muchas veces es un asco. Pienso que quizá, y ya que no parezco ser capaz de despedirme, debería empezar a hacer conscientes los momentos en los que sí siento que vale la pena estar viva. Tal vez de esa forma pudiera darles algo así como una esperanza y una justificación a mis hijas de por qué están aquí. John Lennon estaba equivocado al decir que la vida era lo que le sucedía a uno mientras estaba ocupado haciendo planes. La vida es lo que sucede mientras, punto. Ojalá hubiera tiempo de planear algo. Sucede mientras duermes, mientras cagas, mientras alguien intenta venderte un seguro, mientras Google te da una respuesta que coincide un 98.5% con tu búsqueda. Sucede mientras el jefe te maltrata, mientras el metro se detiene, mientras te sirves una taza de café, mientras alguien se saca un moco en el auto de al lado. Sucede mientras deseas que suceda todo lo que jamás sucede. Ah, pero hay los que ven el vaso medio lleno, y te mandan mensajes con imágenes de la virgen que acaba de bendecirlos vía internet, y te dicen que des gracias por tener un trabajo de mierda porque hay mucha gente que no tiene ni mierda –ya ni decir trabajo. Y eso es cierto, realmente cada que veo a los muchos jóvenes desempleados que milagrosamente juntan para las varias caguamas del día y, supongo que con muchos esfuerzos, se cooperan para el carrujo de mota y sólo con la buena voluntad de sus padres y madres y vecinos es que tienen estéreo con sus cds del momento y TV para ver el partido (que por cierto no dieron por la señal abierta), entonces verdaderamente me arrepiento de putear. Hay gente jodida, no cabe duda. Y yo tanto que he logrado. Vivo en el departamento de 60 m2 (sí, ya sé, casi dos foxihuevos) en una unidad habitacional en donde lo único residencial es la tarifa del teléfono, construida a mediados de los 60, cuando la gente ni coche tenía y las familias todavía eran de 3 hijos en adelante. El departamento es mío, claro, porque mi abuelo, que vivió en una época en la que sólo con parvulitos se podía hacer dinero, se dejó convencer por su nuera (mi madre), quien luego negoció su propiedad en el divorcio. Y claro, la hija que quedaba viviendo allí se quedó con él –como habían estipulado los esperanzados en que la inteligencia de mi hermana ganaría a la indecisión de mi entonces novio. Tengo un trabajo que no tiene que ver con lo que amo hacer, pero querían a alguien con mi formación y experiencia para hacerlo. O sea, soy un error de elección. Cualquiera con nada de formación pedagógica y un gusto por organizar eventos y vender, sería ideal. Que hayan llegado a la conclusión misteriosa de que querían una “ELT professional” que se creyera que trabajando a las órdenes del imperio iba a llevar todos sus sueños a cabo, y que yo fuera capaz por años de consumir cualquier cosa que tuviera la Union Jack y el acentito pedante de James Bond –incluyendo a Benny Hill, fueron la combinación perfecta para al fin venderme. Resulta que su majestad Elizabeth II me paga y, a pesar de todo lo impresionante que eso suene, ha servido más para hacerme voltear a mi realidad proletaria y sentirme orgullosa de ella, que para reafirmar mi admiración. Hago lo que debo hacer, sí, y me pagan casi tan bien como me explotan. Pero no alcanza. Eso no alcanza para estar feliz. Dice mi jefa que mi trabajo debe gustarme para que salga bien. No lo creo. Es como si pensara que hay que estar enamorado para que un matrimonio dure. Hay cosas que se hacen y funcionan. Eso es todo. Cobro cada quincena y me lleno de ganas de hacer cosas, pero a fin de mes me doy cuenta de que aún no gano lo suficiente para hacerlas. Tengo una hermosa familia. Pero como a mi vida, la veo desde afuera como una foto en la que no me encuentro.

Y el entonces futuro se las arregló para ser un hoy aún más miserable. ¡Es tan lindo vivir...!

Radiohead con su video de No surprises que me describe bien:
"A heart that's full up like a landfill
a job that slowly kills you
bruises that won't heal"
pero, como sabemos, no es sorpresa para nadie.